Muchas personas tienen una determinada imagen de Jesús, la imagen que mejor
encaja con sus inclinaciones personales y con la propia manera de ver la vida. Por
eso unos se imaginan a Jesús como una especie de ser celestial y divino, que
poco tiene que ver con lo que es un hombre de carne y hueso. Mientras que otros,
por el contrario, se figuran a Jesús como si hubiera sido un revolucionario sociopolítico
o un anarquista subversivo, que pretendió luchar contra la dominación
romana en Palestina. Evidentemente, Jesús no pudo ser ambas cosas.
Hombre libre
Jesús y la ley
Ante todo, la libertad en relación a la ley. Sabemos que la ley religiosa era la
institución fundamental del pueblo judío. Este pueblo era, en efecto, el pueblo de
la ley. Y su religión, la religión de la ley. De tal manera que la observancia de dicha
ley se consideraba como la mediación esencial en la relación del hombre con
Dios. Por eso violar la ley era la cosa más grave que podía hacer un judío. Hasta
el punto de que una violación importante de la ley llevaba consigo la pena de
muerte.
Cercano a los marginados
Marginados propiamente tales
En la sociedad y en el tiempo de Jesús, marginados propiamente tales eran los
marginados por causa de la religión. A esta categoría de personas pertenecían
muchos ciudadanos de Israel: los que no tenían un origen legítimo, como eran los
hijos ilegítimos de sacerdotes, los prosélitos (paganos convertidos al judaísmo),
los esclavos emancipados, los bastardos, los esclavos del templo; los hijos de
padre desconocido, los expósitos; los que ejercían oficios despreciados, como
eran los arrieros de asnos, los que cuidaban de los camellos, los cocheros, los
pastores, los tenderos, los carniceros, los basureros, los fundidores de cobre, los
curtidores, los recaudadores de contribuciones, etc.; pero especialmente se
consideraban como impuros, y, por tanto, eran marginados, los "pecadores",
prostitutas y publicanos, y los que padecían ciertas enfermedades, sobre todo los
leprosos; además eran también fuertemente marginados los samaritanos y los
paganos en general.
Jesús y los pobres
Cuando Jesús anuncia su programa (Mt 11,5; Lc 4,18), indica que su ministerio y
su tarea preferente se dirige a los cojos, ciegos, sordos, leprosos, pobres, cautivos
y oprimidos. Lo que Jesús hace con estas gentes no es una simple labor de
beneficencia. Es verdad que Jesús exige, a los que le van a seguir, que den sus
bienes a los pobres (Mc 10,21 par; Mt 9,20.22; Le 5,11.18; 18,28; Mt 19,27); y se
sabe que en la comunidad de Jesús existía esta práctica (Mc 14,5.7; Jn 13,29; cf.
Lc 19,8). Pero la acción de Jesús va mucho más lejos: se trata de que los pobres y
desgraciados de la tierra son los privilegiados en el Reino. Teniendo en cuenta
que, en todos estos casos, no se trata de pobres "de espíritu" (ricos con el corazón
despegado de tos bienes), sino de pobres reales, las gentes más desgraciadas de
la sociedad.
LA PERSONALIDAD DE JESÚS
La originalidad de Jesús se advierte claramente si se tiene en cuenta que él no se
adaptó ni se pareció a ninguno de los modelos existentes en aquella sociedad. Me
refiero a los modelos establecidos de acercamiento a Dios. El, en efecto, no fue
funcionario del templo (sacerdote), ni piadoso observante de la ley (fariseo), ni
asceta del desierto (esenio), ni revolucionario violento en la lucha contra la
dominación romana (zelota). Jesús rompe con todos los esquemas, salta por
encima de todos los convencionalismos, no se dedica a imitar a nadie. De tal
manera que su personalidad es irreductible a cualquier modelo humano. Esta
originalidad tiene su razón de ser en el profundo misterio de Jesús. Porque en él
es Dios mismo quien se manifiesta y quien se da a conocer. "Quien me ve a mí
está viendo al Padre" (Jn 14,9). Ver a Jesús es ver a Dios.
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